A DOS AÑOS DE TU PARTIDA, GLORIA A D10S
Por Guillermo Zuluaga Ceballos

A Maradona lo conocí de rodillas. Literalmente. Transcurría junio de 1986 y en la casa de mis abuelos estrenaban un televisor a blanco y negro. El pequeño aparato fue puesto encima de una alta cómoda y entonces para poder estar cerca de la imagen, había dos posibilidades: pararse al lado de ella, o arrodillarse sobre la cama para alcanzar a ver bien las jugadas. Yo opté por la segunda, obviamente para que mi abuela no me regañara por desorganizar las cobijas, y entonces algunos partidos del Mundial México 86 pude verlos desde esa posición. Y eso con el tiempo hube de entenderlo. Estuve arrodillado ante quien sería una deidad.
Y desde que comenzó ese Mundial, que se sentía tan cercano por jugarse en un país de nuestro continente, mis ojos se maravillaron con la figura un poco regordeta, al tiempo ágil, del 10 de Argentina, ese, uno de los equipos que representaban nuestro Latinoamérica en el Mundial de fútbol.
Maradona fue mi ídolo desde entonces y esas imágenes en blanco y negro de sus jugadas y gambetas y sus goles, las tengo tan claras como la ropa que llevé puesta ayer. Son parte de mi credo.

Desde ese Mundial le seguí sus rastros. Y los ocasionales partidos que le veía en Copa América, o en el Mundial de Italia, o en cotejos de su Sevilla y de su Napoli, y los que jugó en su regreso a Argentina, siempre lo buscaba con mi mirada: Maradona me gustaba un tanto por sus goles y un tanto por su presencia contundente en la cancha. Con el paso de los años lo fui divinizando, y debo decir que no admito muchas discusiones frente a quién es el único jugador que está por encima del resto en este universo del fútbol. En esta mi religión.

Hay quienes dicen que Maradona era un Dios. Y no habría de encontrar peros a esa idea. Yo creo en eso. Dicen que algunas veces nos habitaron seres menos terrenales, y la categoría de dioses la lograron, luego, gracias a sus milagros en la tierra. Y para mi, que Maradona los hizo: o de qué otra forma podrían denominarse esos goles y jugadas que descolló durante su carrera: Maradona cogía un poco de viento encerrado en un pedazo de cuero y con sus piernas, hacía de ello obras impensables e irracionales: ¿cómo no llamar milagro a lo hecho en el partido contra Inglaterra en México 86?, ¿Cómo denominar ese pase gol a Caniggia en Italia 90 que los llevó a la final?, ¿Cómo no va a ser un milagro llegar a un equipo como el Nápoles ¡!!Nápoles!!! y sacarlo campeón de Europa?
Maradona es el Dios y sin embargo hay quienes blasfeman. Dicen era demasiado terrenal: que era drogo y comelón y mujeriego, y fanfarrón. ¿Y? quizá por eso yo lo idolatraba más. Porque era un Dios más terrenal, no uno hecho de viento, incólume, incombustible, inmaculado. Maradona era fácil de idolatrar porque era un Dios más cercano, más humano, demasiado humano. Pero, además, a esos blasfemos les recordaría aquello de la Biblia del otro dios: quien esté libre de pecado que tire la primera piedra. Cuántos de esos políticamente correctos que lo defenestraban no son capaces siquiera de alegrar la vida de un solo chico en una tarde en un parque de diversiones. Ese ídolo que ellos no quieren, no aceptan, cuestionan, con solo tocar la pelotita nos alegró la vida en muchas tardes a miles de millones. “La pelota no se mancha”, dijo alguna vez, y creo que eso lo resume. Pero dejemos a los incrédulos.

Maradona siempre estará en mi más alto pedestal. Yo a Pelé y a Cruyff no los vi; de ellos tengo algunos videos, así que no pueda dar mucha cuenta, aunque como un acto de fe podría decir que ellos fueron grandes. En cambio, sí vi al Diego, y los que han venido luego. Por eso ubico por encima a Diego y un escaloncito más abajo a Zidane y a Messi. Y hay algunos, no tan creyentes, que se sacian hablando de las gambetas del Messi, e incluso meten a Cristiano en ese Olimpo. Pero yo trato de evangelizarlos diciendo que Maradona tiene el talento de todos ellos. Así que en talento de pronto empatan, pero ninguno de ellos -si acaso se le acerca ZIZU- tuvo el liderazgo dentro de la cancha para ser un referente y sacar adelante un partido: Maradona puteaba, pateaba y pisoteaba si le tocaba. En la cancha no arrugaba. Mientras en los momentos difíciles del partido otros agachaban la cabeza, Maradona sacaba su pecho de toro y empujaba a sus compañeros. Y a los árbitros los ablandaba, si era necesario.

Afuera de las canchas era tan parecido su liderazgo. Maradona era además un dios porque su reino no se agotaba en las canchas. Era un ídolo afuera y como otros dioses él también se jugaba por “causas perdidas”: se ponía del lado de los pobres -nunca olvidó a su Villa Fiorito- se juntaba del lado de los progres en Latinoamérica; cuestionaba las mafias del fútbol y no tenía pelos en la lengua para atacar a los poderosos de la FIFA; atacaba a los gringos colonialistas y vomitadores de bombas…en fin.
Maradona murió hace dos años. Se elevó al reino de su cielo. Y uno creía que eso nunca iba a pasar. Y uno quería que eso nunca iba a pasar. Uno sabía de sus excesos y lo absolvía; uno lo escuchaba hablar y lo absolvía. Maradona se fue. Pero él además de Dios fue un artista, y los artistas son inmortales. Y él lo será porque sus genialidades dentro y fuera de la cancha ya marcaron la vida de tantos. Él era el mayor artista de la pelota. Maradona, tanto como las épicas de otros hombres elevados a la categoría de deidades, también llenaron de fantasías y de sueños nuestras existencias mundanas. Maradona se fue a la eternidad, y con él se fue un pedazo muy grande de la juventud de muchos; al menos de todos los que aceptamos creer que lo suyo fue un milagro. Y que se demorará mucho para que a este planeta vuelva uno como él.
Así sea.
“LA PIEDRA ME VA PULIENDO A MI”
La vieja casona está marcada con la dirección 46#60-55 y es una de esas que aún quedan en el barrio y que evocan tiempos de sobriedad y al tiempo de elegancia. Allí funciona la Corporación Sócrates. La casa de baldosa ajedrezada y altas puertas de madera. Sus pasillos, patios y piezas están llenos de esculturas, bocetos, pinturas y más esculturas y más bocetos y más allá, más pinturas. Al fondo, en un patio exterior, un hombre de mediana estatura, totalmente rapado y manos gruesas, con una especie de bisturí, delicadamente, perfila y le da retoques a un ángel de dos metros, vaciado en plastilina. Al lado hay enormes trozos de piedra, compresores, cajas de herramienta, una cafetera eléctrica y sobre una desvencijada mesa de madera, un televisor que muestra imágenes que nadie ve.
El hombre de cuerpo magro y manos aceradas se llama Julio Londoño. Es el director fundador maestro, y hasta portero y preparador de un delicioso café, en Sócrates. Julio que, si acaso aparenta cuarenta largos, por estos días –dice-está cumpliendo 50 años de vida artística, dedicados principalmente la escultura y la pintura. Y habrá que creerle. Durante cinco décadas, o mejor durante medio siglo, Londoño no ha cesado en su obra creadora y se ha consolidado como uno de los más prolíficos y destacados escultores colombianos.
Es una mañana de diciembre y mientras disfruto un café preparado por el maestro, poco a poco me voy enterando de una vida que también pareció perfilarse a cincelazo puro. Londoño, quien aparenta ser frio como el mármol del que tanto gusta, es, al contrario, locuaz y de tono firme, y a la vez que va trabajando narra momentos de su vida, que inteligentemente contextualiza con tiempos difíciles, en la ciudad y en el país.
Pero el camino va haciéndose a golpes y también a muchos aprendizajes. A tal punto que, si bien su mayor creación es la escultura, él no prefiere encasillarse como tal.

-Soy un creador que piensa, y al pensar forjamos un movimiento pedagógico, artístico. En mi sentir interno está el mármol, la piedra y la escultura como vida. Y mi vida piensa, analiza, traspira a través de la escultura, pero eso no me exime de entender la música, la literatura, la pintura, o la formación a través de…
Eso dice Julio con un tono tan firme como las líneas que va trazando sobre el ángel. Quizá por ello, se define así mismo como un guerrero que quiere vivir en paz.
-Es un hombre que le ha tocado inventarse un mundo para que vengan a vivir al mundo que él se inventó –sigue diciendo Londoño como si hablara de un tercero, pero enseguida vuelve sobre él: – Pero lo más difícil es ser capaz de vivir el mundo con el ejemplo, entonces me ha tocado dejar los vicios, trabajar 16 horas porque es lo que pregono. Ser responsable con mi palabra porque es lo que pregono, estudiar y formarme porque es lo que pregono. Y no tener disculpas porque no hay nada, sino inventarse el mundo para que todo funcione. Julio Londoño es alguien que rema-. Hace una pausa y agrega:
Pero sí, mi vida es la escultura…
Sus inicios como creador, sin embargo, no fueron en este arte. Julio Londoño nació y se hizo en Aranjuez, un barrio de Medellín, asociado inicialmente a una clase obrera venida de muchos pueblos de Antioquia y que luego también se asocia con momentos de violencia en la ciudad. Él dice que se ve en su niñez acompañando a su padre a arreglar paredes y techos de las casas vecinas, -el niño preparaba las mezclas- o reparando algo: un triciclo, un pequeño carro de juguete y con pereza de recibir clases de matemática, a las cuales no les encontraba sentido. Le hallaba todo el sentido sí, a coger pedazos de madera de palosanto de los que se fabricaban los pupitres y empezar a clavar en ellos una navajita.
-Me robaba esos pedazos de tabla. Ahí empecé a tallar. Lo primero fue una mano con sus dedos en V, símbolo de paz. Cuando fue surgiendo de entre esa madera, me sentí como bendecido…. Esa madera tan dura me mostró que si yo quería podía con eso.
Luego se enteró de que, en su barrio, el SENA daba cursos de Escultura. Se presentó, pero la edad no le daba. Pero cuando mostró la manito tallada, Gabriel Hincapié, el profesor, quizá le “vio madera” y lo invitó a que asistiera a las clases. Londoño vive tan agradecido con aquel hombre a quien considera su primera ayuda.
-Entonces, mientras mis amigos tiraban vicio yo me dediqué a tallar.
También por esos años intentó con la cerámica. Julio hizo un león con arcilla. Y cuando fue a quemarlo, su profesora le dijo que no podía y esa negativa al parecer le dio la ebullición suficiente para intentarlo. Aprendió que en el horno sí podía quemar sin que se reventara – probó con metales-y luego comenzó a hacer cerámicas más grandecitas en arcilla…jarritas, lapiceras… (Con el paso de los años, Londoño buscó a quien le vendió el león y la manito, esas sus primeras creaciones y las conserva como un tesoro).
Hace muy poco tiempo Londoño se graduó del bachillerato y luego de una Licenciatura en la U. de A., sin embargo, desde esos primeros años nunca ha dejado de estudiar. Lo suyo, claro. Londoño siguió aprendiendo a tallar en madera y tenía que atravesar la ciudad para ir hasta Sabaneta.

-Imagínese hasta allá a pie porque no había pasaje, pero aprendí con la madera, y entonces me fueron conociendo y me encargaban cubiertos en madera que son como adorno…y luego a tallar en carpinterías…hasta que empecé en serio a estudiar Escultura.
Y la escultura se lo encontró en el camino. Para venir de Sabaneta hasta su barrio Londoño tenía que pasar por las marmolerías cercanas al Cementerio San Pedro. Y ante esos hombres que se dedicaban a pulir solios, lápidas, había gentes muy nobles, como Enrique Hurtado, que permitían a los muchachos mirar y algo les iban enseñando sobre herramientas, piedras
-Haber pasado por esas marmolerías de San Pedro fue clave.
Y algo aprendió sobre el arte de esculpir.
-Hasta que vino un momento en que dije que no trabajaba más con la madera y compré un compresor con las primeras ventas. Y comencé a tallar, con pedazos de mármol que dejaban del museo Pedronel, con retazos que me regalaban en marmolerías.
Y entonces Julio además de tallar, se dedicó a enseñar a los muchachos del barrio que querían e incluso la ciudad ya empezó a llegar a él.
-Cómo te parece: en Aranjuez, los muchachos matándose y una tractomula descargando bloques de mármol. La gente buena en mi esquina ayudándome a guardar bloques. Y luego la gente buena de otros barrios llegando hasta donde mí, para que yo les enseñara. Arriesgando su vida para ir a que yo les enseñara.
Hace 20 años no se conseguían las herramientas ni tampoco los materiales. En Aranjuez invitaba a los muchachos a trabajar sobre piedra talco que traía desde las calizas de Campamento, Antioquia, un poco a hurtadillas, pues esos materiales decían, “eran para los artistas grandes”.
-La piedra talco era nuestro mármol y yo con las primeras ventas compré un compresor, hace unos 35 años y comencé a tallar, con las basuras del Museo Pedronel. Otras veces me regalaban pedazos en las marmolerías. En Sonsón también compré retazos de mármol blanco, de lo que quedó de la catedral que se derrumbó. Yo gustaba del mármol, pero no tenía acceso a él. Hasta que me hablaron de Carrara y entonces lo mandé traer. 10 toneladas de mármol, por Barranquilla. Blanco perfecto.
Otra piedra difícil de trabajar fue la estigmatización por ser de un barrio popular.
-Yo me rebelé contra la estigmatización de las “comunas”. Soy de Aranjuez. Allá está el museo Pedronel, pero no dejaban entrar, entonces uno era en la esquina, donde estaba la violencia…la eclosión del narcotráfico. Yo vendía papitas y trabajaba arte y entonces en esa esquina no mataban. En San Cayetano fuimos mejorando. Hicimos como un pacto de paz para que no se mataran, gracias al arte. Entonces uno arriesgó la vida, el capital para que la gente no se matara, yo daba una piedra y un cincel, o un papel y un lápiz. Eso podía brindar. Con eso se ha conquistado el mundo: Es más peligroso un lápiz que una espada.
Mientras que la gente se mataba yo creaba.
Otro momento importante en la vida de Julio Londoño ocurrió en 1991. Ese año, Julio venía desde su barrio y al pasar por la Carrera Ecuador, en la sede de la estatal Turantioquia vio un letrero sobre el Mes del artista colombiano y que habría una exposición colectiva. Julio preguntó cómo participar y se animó a llevar dos pequeñas obras, una de ellas “El sueño de don Quijote”, que era una cabeza sobre un libro.
-Qué felicidad, la escultura no se veía mucho, pero era importante aparecer ya en un catálogo y salir de barrio, que es un microcosmos; pero salir no perseguidos por la Policía como muchos de los jóvenes de Aranjuez, sino mostrando el arte.
Estar en ese catálogo le siguió abriendo puertas. Con otros escultores hicieron una intervención artística en la Comuna 13, luego en Comfama San Ignacio una expo colectiva y otra expo individual en la UPB.
Su trabajo social en los barrios, sus exposiciones, su catálogo, su “roce” averiguando y comprando herramientas y materiales fueron dándole reconocimiento no solo dentro del barrio y en algunas entidades oficiales. La Galería Duque Arango, la más importante de la ciudad, se fijó en el nuevo escultor y lo llamó.
-Ellos querían mi exclusividad. Jorge Botero, Caballero, David Silva, Arenas Betancur, eran de allá. El sueldo era para hacer obras y venderlas. Y estar al servicio de cualquier proyecto que les surgiera.
Le ofrecieron poco que porque no había salido del país (¡!) pero como ya Londoño estaba pensando en montar una academia para enseñarle a más muchachos su arte, entonces prefirió irse al extranjero para estudiar, claro está, y también para hacer contactos artísticos y para la compra luego, de materiales de alta calidad.
En Italia estuvo seis meses. Del país trasalpino, además del aprendizaje logrado en la escuela de Carlo Nicoli, trajo obras que realizó durante su estadía allí y entonces los medios de comunicación y la crítica artística comenzaron a fijarse en él. Un tiempo después del regreso, la guerra que se vivía en los barrios de Medellín lo empujó a otra decisión: salir de Aranjuez.
Al regreso renegoció con la galería Duque y entonces Londoño gestionó un préstamo bancario para lograr hacerse a la sede su Academia.
Desde principios de los noventas, Julio Londoño está en la vieja casa – que para entonces también era vieja-. Esa misma donde esta mañana trabaja sobre una probable escultura de un ángel encargada por un amigo, y donde preparó un aromático café.
Desde que se estableció, mejor dicho, desde que la pensó, desde que se pensó en la casa, él supo que allí tendría la tranquilidad para seguir esculpiendo, para pintar. Y, ante todo, para enseñar. Mejor dicho, para seguir enseñando.
Porque Londoño, no contento con su arte hecho magia en sus gruesas manos, ha querido además enseñar sus saberes, proyectar en nuevos alumnos las técnicas, la paciencia, pero ante todo su mirada del mundo. Además de talleres a los que suele ser invitado, también en este, su centro de formación Sócrates irradia en un grupo de muchachos sus saberes, su técnica, su mirada de la vida. Julio Londoño es gran escultor y gran maestro de su arte. Tan claro lo tiene que hasta el nombre fue debidamente calculado.
–Sócrates era un pensador: hace parir la gente con el pensamiento y la palabra. Los trasforma y los vuelva a la vida. Era hijo de un escultor y de una partera. Pero lo más importante es que cuando tuvo que morir por sus convicciones, murió por sus convicciones. Entonces lo que hago con el arte es que trasformo, hago parir a la gente, las hago pensar y pensar duele, entonces con el arte como herramienta de trasformación hago que las personas se conviertan en artistas y se piensen como tal.
Sócrates –salvo en esta pandemia-es una casona de inmensas puertas, casi siempre abiertas, y hasta ella llegan artistas ya reconocidos y además muchos noveles muchachos en busca de una luz. Cada que un chico nuevo llega por primera vez, Londoño dice verse reflejado en él.
-Recuerdo mis primeros años cuando yo me acercaba a grandes artistas locales buscando aprender y nadie me enseñaba y me tocó desde lo empírico. Pero yo exijo demasiado y aplico la prueba de la bailarina rusa: se la pongo lo más difícil y cuando esa persona empieza a saltar las barreras veo que tiene temperamento. Es que ser escultor no es moda. Es una religión, de todos los días –Londoño hace una pausa y cae en cuenta que tiene un café servido y que está a punto de enfriarse. Se toma un sorbo, mueve sus manos que parecen yunques y agrega -:
Yo se la pongo apretada para que se construya y se demuestre así mismo qué es lo que quiere. Yo no quiero formar, pero si alguien se quiere formar que se pegue a mi, porque no voy a dejar lo que estoy haciendo. Y mientras trabaja lo testeo, lo escaneo y trato de sacar de adentro de él lo mejor para lo que pueda hacer. Si tiene capacidades se queda, colabora y luego se vuelve un apéndice de la escultura y muchos salen de acá, inclusive renegando y odiándome. Luego vienen formados, con sus revistas y sus cosas y caen en cuenta de lo aprendido fue valioso. Porque a veces el bosque no deja ver la grandeza del árbol.
Según Londoño, por Sócrates han pasado más de 120 artistas a formarse de tiempo completo, o por temporadas, semestres; además, muchos grupos universitarios o de turistas de paso por la ciudad.
-No tengo muchas estadísticas –comenta-, pero si trato día a día de sembrar una semilla para que se reproduzca. Además, el arte es dadivoso y demócrata: cualquier cosita que uno regale, se agradece y se nota luego.
Quizá por ello, uno de los calificativos que más le gusta además de creador rebelde es el de pedagogo.
-Al final de cuentas todos los somos. Como padres, maestros, como amigos. Solo que a veces se nos olvida enseñar o no hay quien aprenda.
Eso dice Londoño y enseguida agrega que en Colombia no ha habido una propuesta pedagógica seria para que los jóvenes salgan y se traguen el mundo con su capacidad creadora y de hacer negocios
Londoño deja por un momento su ángel y va hasta la puerta. Al momento dos chicas ingresan, dejan sus bolsos y se dedican a trabajar, la una sobre una mano en plastilina y la otra sobre un rostro. Aprovecha la pausa para preparar un nuevo café y hablamos entonces de sus influencias, un tema al que no le da tanta importancia. Londoño dice que, a la hora de tratar sobre la escultura en Colombia, irremediablemente hay que referirnos a Arenas Betancur, “una institucionalidad”, a Botero que “nos dio universalidad”.

-Pero como escultor hay que hacer referencia es a los griegos –Londoño levanta un poco su voz-. Y también a Miguel Ángel, que es el punto de partida y de llegada de lo que se puede hacer con una piedra y un cincel.
Dice que hay otros artistas, desconocidos en Colombia, como Richard McDonald, pero que guían su arte dada su capacidad, su sensibilidad. Y también se refiere a algunas mujeres:
-Laura Marcos, de Argentina; Gemma Domínguez Guerra, de Panamá, son personas espectaculares que trabajan, dan ejemplo, sienten la piedra como la siento yo y andamos por el mundo como Sísifos modernos arrastrando una piedra y un cincel.
Reconocimientos y satisfacciones
Londoño se retira un poco del molde sobre el que fundirá su escultura. Trata de mirarlo un poco de perfil, luego en perspectiva…se acerca de nuevo y de nuevo se aleja un poco. Mientras lo veo, pienso que el escultor es una suerte de mago. Por arte de encantamiento, de entre sus manos, lentamente, van surgiendo formas, detalles, volúmenes o vacíos. Y lo que nos parecía solo propio de una imaginación febril, va tomando forma, va haciéndose real, al alcance y asombro de nuestros sentidos.
Y Londoño ya ha asombrado a muchos aquí y allá.Su participación en distintas competencias nacionales e internacionales le ha permitido obtener importantes premios y reconocimientos por la calidad de su obra. Destacan especialmente el primer puesto del Mundial de escultura, en Rosario Argentina; el quinto puesto en el Mundial en Montevideo, Uruguay; un tercer lugar en el décimo Encuentro de escultura en Rosario Argentina, y la Medalla de Honor Mayor General Manuel Guzmán, otorgada por el Ejército Nacional de Colombia. Pero el hombre no es de halagos ni de premios; él a estas alturas del camino, encuentra satisfacciones más pragmáticas:
–Mi mayor satisfacción es cuando no me llaman del banco a cobrar –dice y deja saltar una leve mueca de sonrisa-: ahí, soy satisfecho y feliz.
Y cuando se intenta ahondar en experiencias a lo largo de estos 50 años, también la tiene tan clara que de nuevo sonríe y se mofa:
-Esta pandemia ha sido lo más maravilloso del mundo. Uno leía lo de las otras pandemias universales y decía: eso es allá. Eso fue allá. Pero ahora lo vivimos y digo: tenemos que transformarnos, el mundo entero cambió y cambié yo en el mundo. Antes estábamos como aislados del universo, ahora me siento parte de un problema. Mirémoslo desde la Divina comedia: este es el infierno lo que estamos viviendo. Hoy todos sentimos lo mismo y vivimos lo mismo.
Así que me parece maravilloso estar vivo después de tanta guerra, tanta pandemia que nos ha tocado a los colombianos.
…además arrancar en un barrio periférico e irte ganando un espacio, influir en pelaos, enseñarles arte…
-Claro, es maravilloso poderlos contar. Muchos no han vivido ni los 50 ni los 30. Es satisfactorio poder transformarse uno como persona, como artista, como padre. Es interesante ver cómo una piedra me va puliendo es a mí; y que al ir enseñando me estoy formando soy yo… de que apenas hoy por hoy estoy entendiendo qué es el arte y qué es el arte para mi.

¿Qué viene después de los 50?
La proyección de lo aprendido en 50 años, ya son muchas experiencias, muchas obras, y decantar un poco. Espero vivir un poco más tranquilo, pero sentir que he dejado de responsabilidad sobre la profesión de artista. Respeto a la mística, a la palabra. Más que la calidad técnica quisiera que muchos miraran cómo desde el arte se trasforma a la persona. Tenemos que luchar con lo que hay y luchar por un sueño: el mío es algo simple: no tener deudas de esta corporación, no preocuparme por impuestos para poder dedicarme a enseñar y a ayudar: crecer.
Londoño me dice que quiere ir a mirar lo que las chicas trabajan. Se nota un poco cansado. Y no de estar puliendo con el buril, ni de esta conversación, pues disfruta explayarse en la palabra. Está un poco cansado de remar, de un solo lado, de sentir que no tiene los recursos que quisiera ni el apoyo suficiente que tampoco para ayudar a más gente en el arte.
Camina entre obras que están en los pasillos. Y yo sigo pensando en el escultor. En este escultor y creador Julio Londoño. Este mismo que ahora está detrás de las chicas como tratando de ser el ojo de ellas para ver y pensar lo que ellas ven y piensan. Y se me ocurre que es admirable su labor. Tener la vitalidad, pero además la terquedad, la rebeldía para tallar, para pintar, para esculpir a lo largo de cincuenta años; para llevar y proyectar su mirada a sitios como Seúl, NY, Miami, Buenos Aires o Roma; para seguir teniendo los pies en la tierra y estar en la ciudad donde nació y se hizo, tratando de guiar a sus alumnos. Y, sin embargo, él cree que aun haya tanto por hacer:
-Si uno se compara con los grandes, uno no ha hecho nada. Me quedan 10 ó 12 años de vida artística activa. Dicen que el árbol se mide cuando se corta. Todavía tengo mucho por dar, pero soñar con exponer en el Central Park o en los Elíseos, no creo…eso se va dando. Hay que entender que hay artistas con buenos patrocinios, no es mi caso…pero sí me levanto todos los días con la ilusión de enseñar, de ayudar, de hacer una buena labor. Sé que con un cincelazo se logran grandes cosas.
Una Tarjeta verde, el sueño de Roosevelt
Una tarjeta verde. Puede ser una “idea loca”, en medio de tantas que se ocurren, en el “tercer tiempo” de ese picadito que tantos “jugamos”, al cabo de los 90 minutos, matizado con una cerveza fría, donde tras revivir en una y otra vez las jugadas, los errores y las hazañas recientes, afloran tantas iniciativas para mejorarlo todo.
O podría ser también resultado de profundos análisis donde expertos y doctos se dedican a mirar posibles mejoras a un deporte que colma multitudes, es sueño de ascenso social de tantos marginales en este mundo de inequidades, y factor, al menos por unos minutos, de encuentro entre grupos o de pueblos que quizá en otros espacios jamás se acercarían.
O ser, algo sin sentido, sin necesidad, en un deporte al cual parece que no le faltan reglas y que al contrario parece que les sobran (el VAR, por ejemplo) pues en búsqueda de trasparencia le restan su elemento dramático y emotivo.
Una tontería, pues, dirán algunos. Una “perdedera de tiempo”, dirán más allá.
O una utopía. Sí, quizá es eso. Un sueño utópico: una tarjeta para completar ese “semáforo” al castigo de los jugadores dentro o al borde del gramado, y que se soñó el inglés Ken Aston, cuando, para detener la violencia, vio en el uso de los colores de las señales de tránsito, la posibilidad para contenerlas definitivamente o preavisar en el campo de juego, y que además fuera universal para un deporte que ya empezaba a desbordar fronteras físicas e imaginarias.

Pero las “ideas locas”, las utopías, no por serlas, hay que desecharlas. Al contrario. La “locura”, el idealismo, a veces termina por ser más importante, más definitivo. A un loco alguna vez se le ocurrió que el sol no giraba en torno a la tierra, y bueno, ahí vamos. O, “hay que pedir lo imposible”, una forma de realismo desde aquel mayo del 68.
Hace unos 30 largos años, Roosevelt Castro Bohorquez (1959) viene hablando de una utopía –muy real para él- de una Tarjeta verde para el fútbol. Roosevelt es periodista de profesión, árbitro de vocación, y soñador por convicción, y es lo que los argentinos llamarían “un pan de dios”: un amigo generoso, un colega solidario, un profe dispuesto a compartir sus saberes, un hombre que ha sacrificado tanto al punto de aún hoy vivir y cuidar de su anciana madre. Sabe que va por la vida ganando amigos. Su presencia menuda quizá ayude a que gane en ímpetu, en ganas; él sabe, que a los de baja estatura a veces nos toca esforzarnos el doble para hacernos notar. Pasar dos veces para que nos vean. Y a él le gusta que lo vean. Y se lo merece.
A principios de los años ochenta recibió formación como árbitro, ejerció unos años, (creó su alter ego: Agapito Silva) pero prefirió dedicarse a trabajar el fortalecimiento en valores con los niños del fútbol antioqueño. Entonces, además de enseñarle las reglas del fútbol, pronto le sumó algo que él llama el “componente axiológico” un mini manual de convivencia que les entregaba a los niños, en una laminita del Divino Niño.
La lámina, al reverso llevaba una frase: “Yo amo, tolero y respeto a mi adversario”. Pero en el 2009 lo invitaron al Foro Mundial de la Paz en Bogotá, donde comenzó la historia oficial de la tarjeta Verde. “En la Cumbre Mundial de Paz les mostré la Tarjeta Verde, porque el Divino Niño pues no era creencia en muchas culturas”, cuenta.

Él anhelo de Roosevelt es esa tercera cartulina arbitral que, en vez de castigar, premie, exalte, y estimule todo comportamiento respetuoso, y de juego limpio de jugadores, cuerpos técnicos y administrativos antes, durante y después de los partidos.
Desde esos años, Roosevelt va a cada partido, a cada medio, a cada espacio académico a mostrar y a proponer su Tarjeta, con la cual cree que podrá contribuir a la paz, la convivencia y el juego limpio en el fútbol, ese campo de juego que ahora parece minado por la violencia y el ánimo de lucro y de ascenso social desmedido.
Y poco a poco ha ido calando su idea y ya tiene su historia: “La idea surgió en el 85, pero vivamente en 2009. Ya en el 2015 me di cuenta que la Tarjeta Verde se utilizaba en Italia, en una categoría inferior y los mexicanos dijeron alguna vez que había sido un colombiano –yo- el que había comenzado con todo eso”, ha dicho.
Hace un tiempo, Roosevelt se enteró que su Tarjeta verde hizo parte de la Serie B de Italia, en la temporada 2015-16; saberlo le generó sentimientos encontrados: le dio alegría, aunque no le reconocieron su “paternidad”, y un poco de tristeza de ver que en Colombia no ha tenido tanto eco en las esferas del fútbol. Claro que valga decir que la tarjeta verde, fue usada en algunos espacios de Medellín, como símbolo de cultura ciudadana en los tiempos de la pandemia del Covid 19, y premió el buen uso de tapabocas y el respeto de las normas de bioseguridad.

Hoy día la Tarjeta Verde se implementa en torneos de categorías menores en Argentina, Chile, España, México, Italia, Brasil y otros países. En la mayoría de casos se utiliza la estructura conceptual de Roosevelt, quien, de todos modos, no ha recibido ningún tipo de reconocimiento por ello.
Roosevelt no se cansa. Manda su propuesta a muchas instancias, desde el Vaticano hasta la FIFA. El sueño de Roosevelt es que la Tarjeta Verde llegue al reglamento del fútbol, para que sea utilizado en todo el mundo, como símbolo de paz, convivencia, respeto y juego limpio no solo en el balompié sino en todas las expresiones humanas. Y cuando se le pregunta si tiene sentido al cabo de tantos años, seguir insistiendo dice que lo tiene todo: «Así como se castiga y se crean unas multas, también se deben premiar las buenas acciones».
Roosevelt con cierta humildad admite que es un poco Quijote en este reto, y quiere –así como lo hizo con los primeros niños a quienes les enseñó reglamento- contribuir con el rescate de los valores, en el desarrollo de una sociedad que cada vez sea menos egoísta y que, en el caso del fútbol, quiere ganar a cómo de lugar.

Y aunque no desfallecerá pronto, -Roosevelt es incansable y ha sido desde fundador de periódicos y de espacios radiales hasta alquilador de sillas para eventos- sabe que quizá una golondrina no hace verano, y entonces hace un tiempo, le entregó la vocería de su Tarjeta a la ONG Fútbol Con Corazón, para que, desde ahí, busquen implementarla en los festivales y torneos que se realizan en Barranquilla, y ojalá en Miami y Panamá, donde esta ONG tiene presencia.
Su sueño aún no termina. Soñador que es, dice que algún día le gustaría sacarle una tarjeta verde a Messi o a Marcelo Bielsa. Y que ojalá pronto su Tarjeta verde sea incorporada entre las reglas de la FIFA.
En un Rincón del alma
En el libro “Empatamos 6 a 0”, quedó dicho que el fútbol más que un mero deporte es un fenómeno social, cultural, en tanto genera imaginarios, marca recuerdos, plantea mundos irreales. Y en ese campo de juego, el del fútbol como fenómeno cultural, podría inscribirse la fecha 19 de junio del año 1990. Este era un martes más, un día gris, opaco, o por menos ese es el momento y el ambiente que recuerdo. Pasaba yo las vacaciones de mitad de año en la finca de mis abuelos, y en el campo no hay tiempo para perder como dirían los viejos, y esa mañana él me había pedido lo acompañara en la huerta, a aporcar unas matas de frijol. Le dije que claro, que lo haría gustoso, pero que por favor viéramos el partido de Colombia contra Alemania que se enfrentaban esa mañana, en el Mundial de fútbol. El viejo, campesino a la final, no era muy amante de los deportes y sin embargo aceptó que lo viéramos porque también él, que vivía tan pendiente de la actualidad en su radio o de las noticias en el televisor, algo ya se animaba con esa fiesta a la cual Colombia asistía después de 28 años. Vimos el partido y él lo acompañaba de sus Pielrojas, esos cigarrillos que nunca le faltaban, y también de uno o dos comentarios sobre la Selección Colombia que se jugó un grandioso partido.
Y estuvo contento viéndolo casi hasta el final cuando ya en los momentos agónicos Alemania hizo el gol y entonces salió para la huerta y me dijo: ya ahí no hay más que ver, termine de verlo y me alcanza…
Me quedé esos últimos minutos y nunca olvidaré cuando esas zancadas de flamingo de Freddy Rincón terminaron en un inteligente gol. No tuve con quién celebrarlo, pero luego salí feliz para la huerta a encontrarme con mi abuelo y le dije que Colombia había empatado. Al principio, el viejo no podía creer. Y siguió aporcando el frijol. Luego me preguntó cuándo volvería a jugar Colombia.

Ese día pese a lo anodino de mi lugar en la geografía, y aunque sin quien comentarlo y seguir rumiando esa jugada, yo estaba alegre. Millones de Colombianos, como ese chico que era yo, se sentían orgullosos de serlo. No era para menos. Era de verdad un momento increíble, de esos que está hecho el fútbol: irracionales, increíbles, simbólicos, que a veces la mente no alcanza asimilar.
El gol de Freddy Rincón tuvo muchos elementos. Lo primero: Mirado desde la historia, Colombia rompía una racha de 28 años sin jugar un mundial de fútbol, y el partido ganado fue un poco predecible. Pero este, ante la encopetada Alemania era la posibilidad de sacudirnos, de dejar de pensar en ese empate 4-4 frente a Rusia en el 62… marcador incierto para muchos que no lo vivimos, que lo creíamos como un acto de fe, pero que no le dábamos la dimensión de lo que, nos decían, significaba. En cambio, este gol, la mayoría de colombianos pudimos asistir: porque gracias a la televisión, el fútbol y los mundiales comenzaban a ser parte de nuestra cotidianidad.
Desde lo social, el gol de Freddy Rincón es quizá uno de los momentos más importantes en la historia contemporánea colombiana. No solo de la deportiva, sino en general porque Colombia en esos días vivía momentos muy difíciles, aciagos. El país estaba en el punto más álgido del narcotráfico. No teníamos un proyecto colectivo como nación, el país sobreaguaba en una crisis de institucionalidad y se sentía un Estado fragmentado y de pronto… ese gol de Freddy Rincón nos cobijaba a todos como colombianos; ese día nos pusimos todos esa camiseta número 19, que él llevaba, y nos sentimos parte, nos abrazamos todos en esa euforia que significaba ser parte del mundo: porque cada 4 años, el mundo es el mundial de fútbol. No hay otro. Ahí se rompen las fronteras económicas, sociales, ideológicas, ese día nos sentimos igual de importantes a los alemanes, con todo y su dinero, con todo y su pasado, con todo y su cultura. Nos mirábamos de tu a tú.

Qué Tercer Reich ni qué Prusias.
Y todo eso lo posibilitó ese negro de piernas largas, de piernas de flamenco que se tornaron al tiempo dos postes para llegar y enfrentar la férrea defensa alemana, romperla y marcar uno de los goles más importantes. Un año después otro muro de Berlín se iba al piso.
El fútbol y sus simbologías y representaciones.
En todo eso he pensado esta semana tras el accidente y muerte de Freddy Rincón. Su gol nos puso a soñar, a quitarnos por un rato el complejo de colombianos: el estigma de sudacas y narcos. Hoy la tristeza nos embarga. Freddy Rincón se une la lista de deportistas colombianos y latinoamericanos que han muerto en circunstancias muy ajenas a su rol, a su prestigio. Deportistas que lo dieron todo en la cancha pero que cuando terminaron su partido, ese “tercer tiempo”, les ha costado mucho asimilarlo, vivirlo.
Freddy Rincón se va. Nos deja sus goles, sus gambetas, su sonrisa ampulosa de 40 dientes. Lo extrañaremos y siempre valoraremos su gran gol y todos los otros que marcó pues él dejó hasta la última gota de sudor cuando se enfundaba una casaca, en especial la de Colombia. Con él se va otro pedazo de nuestras mocedades. Su sonrisa quedó tatuada en un Rincón del alma.
n9.cl/lvefv2
“MAMÁ ES LA ÚNICA QUE HA INFLUENCIADO MIS EQUIPOS”
Reinaldo Rueda
El hombre que pudo degustar a grandes sorbos la Copa que todo director técnico en Suramérica quisiera, simplemente se limitó a cogerla y tomar un trago. Terminaba el partido que definía el título de la Copa Libertadores de América, y entonces, Reinaldo Rueda, timonel del Atlético Nacional, levantó su mirada al negro firmamento que comenzaba a desgarrarse con luces de colores, pensó en su difunto padre, y se dirigió al camerino. “La Libertadores la celebré con un sorbito de champaña que me entregó el doctor (Carlos José) Ardila en un vaso desechable, y después de rodillas di gracias a Dios. No quise estar en la fiesta, y me fui a dormir porque a la mañana siguiente tenía compromisos con medios naciones e internacionales”.
Ocurrió en julio de 2016 y esa actitud explica mejor que todo y que nada el talante de Reinaldo Rueda Rivera. “Esa noche casi no duermo. Tantos momentos pasándoseme por la cabeza, ante todo pensando en mi familia”.
Ese miércoles de julio, Rueda lograba su mayor éxito deportivo. Sin embargo, hay que decir que es uno de los técnicos colombianos más ganadores: único colombiano en dirigir selecciones en cinco mundiales; campeón del Torneo Esperanzas de Toulon; tercer puesto en un Mundial sub20; campeón del torneo 2016 con Atlético Nacional y Campeón de la Copa Libertadores de América.
“Dios nos ayudó. Se conjugaron todos los factores pese a inicio difícil pues a dos meses de mi llegada nos eliminó Junior, de la Copa Colombia y todavía (Víctor) Marulanda me cobra esos 800 millones de la taquilla que no recibió. Esto es un negocio. Teníamos que avanzar más, me decía”.
Rueda saboreaba las mieles del triunfo, las mismas que cristalizaron tras un camino emprendido hace casi cuatro décadas. A sus 59 años, es un hombre que vivecometranspirarespiraduermesueñavivecometranspirarespira… fútbol.
Y cuando no está en el fútbol, entonces ve videos de fútbol o lee…un buen libro…de fútbol.
Es el mismo Reinaldo que desde la raya se ve calmado y parece huraño; que tiene fama de calmado, de “no despeinarse” mientras dirige. Pero es el mismo que cuando empieza a hablar de fútbol o de su vida, pinta sonrisas en su rostro cobrizo.
Es el mismo Reinaldo de orígenes humildes que sin embargo se ha dado el lujo de que Sir Alex Ferguson le haya preparado café y le haya prestado ropa a él y a su hijo para asistir a un entrenamiento del M.U.
Es el mismísimo “gomoso” que tuvo media docena de cámaras fotográficas y colecciona camisetas de equipos que ha dirigido y que dice que la camiseta que más quiere es una del Estrella Roja de Bucarest.
El que se molesta cuando la hinchada chifla un jugador debutante, pero que también admite sin pudores que una mujer –solo una- le influencia sus alineaciones.
Antes de ser el exitoso campeón, Rueda fue un chico que como muchos de sus generación soñó con ser fútbolista profesional. Nació en el muy populoso Barrio Obrero de Cali, aunque debido al oficio de profesora de su madre, Orfa Rivera, la familia se trasladó al cercano e industrial Yumbo. De allí, el peregrinaje los llevó a Barrancabermeja, pues su padre, Blas Rueda tuvo trabajo allí como transportador. Si bien en esta ciudad calurosa estuvo poco tiempo, le alcanzó para formarse pues allí –como una forma de fortalecer su identidad se hizo hincha del Deportivo Cali que le recordaba sus raíces natales y se afianzó como colombiano en tanto el vallenato tan propio desplazó un poco su amor por la caribeña salsa. Pocos años después regresó a Yumbo-oís, se matriculó para su secundaria, y alternó cátedras con la práctica del fútbol. A lo largo de la década de 1970 Rueda Rivera jugó en la Selección de su colegio, en la de su pueblo, en la de su universidad, en la de su Departamento pero pronto entendió que no triunfaría como profesional; sin embargo, como él dice “Para esos años ya el fútbol me había ganado”, y vio en la Academia una posibilidad de seguir vinculado al balompié. Se matriculó en el programa de Educación Física y Deportes de la Universidad del Valle, donde tuvo la fortuna de recibir clases con profesores alemanes que le despertaron el interés por el fútbol de ese país, último campeón del mundo.
El hombre que pudo degustar a grandes sorbos la Copa que todo director técnico en Suramérica quisiera, simplemente se limitó a cogerla y tomar un trago. Terminaba el partido que definía el título de la Copa Libertadores de América, y entonces, Reinaldo Rueda, timonel del Atlético Nacional, levantó su mirada al negro firmamento que comenzaba a desgarrarse con luces de colores, pensó en su difunto padre, y se dirigió al camerino. “La Libertadores la celebré con un sorbito de champaña que me entregó el doctor (Carlos José) Ardila en un vaso desechable, y después de rodillas di gracias a Dios. No quise estar en la fiesta, y me fui a dormir porque a la mañana siguiente tenía compromisos con medios naciones e internacionales”.
Ocurrió en julio de 2016 y esa actitud explica mejor que todo y que nada el talante de Reinaldo Rueda Rivera. “Esa noche casi no duermo. Tantos momentos pasándoseme por la cabeza, ante todo pensando en mi familia”.
Ese miércoles de julio, Rueda lograba su mayor éxito deportivo. Sin embargo, hay que decir que es uno de los técnicos colombianos más ganadores: único colombiano en dirigir selecciones en cinco mundiales; campeón del Torneo Esperanzas de Toulon; tercer puesto en un Mundial sub20; campeón del torneo 2016 con Atlético Nacional y Campeón de la Copa Libertadores de América.
“Dios nos ayudó. Se conjugaron todos los factores pese a inicio difícil pues a dos meses de mi llegada nos eliminó Junior, de la Copa Colombia y todavía (Víctor) Marulanda me cobra esos 800 millones de la taquilla que no recibió. Esto es un negocio. Teníamos que avanzar más, me decía”.
Rueda saboreaba las mieles del triunfo, las mismas que cristalizaron tras un camino emprendido hace casi cuatro décadas. A sus 59 años, es un hombre que vivecometranspirarespiraduermesueñavivecometranspirarespira… fútbol.
Y cuando no está en el fútbol, entonces ve videos de fútbol o lee…un buen libro…de fútbol.
Es el mismo Reinaldo que desde la raya se ve calmado y parece huraño; que tiene fama de calmado, de “no despeinarse” mientras dirige. Pero es el mismo que cuando empieza a hablar de fútbol o de su vida, pinta sonrisas en su rostro cobrizo.
Es el mismo Reinaldo de orígenes humildes que sin embargo se ha dado el lujo de que Sir Alex Ferguson le haya preparado café y le haya prestado ropa a él y a su hijo para asistir a un entrenamiento del M.U.
Es el mismísimo “gomoso” que tuvo media docena de cámaras fotográficas y colecciona camisetas de equipos que ha dirigido y que dice que la camiseta que más quiere es una del Estrella Roja de Bucarest.
El que se molesta cuando la hinchada chifla un jugador debutante, pero que también admite sin pudores que una mujer –solo una- le influencia sus alineaciones.
Antes de ser el exitoso campeón, Rueda fue un chico que como muchos de sus generación soñó con ser fútbolista profesional. Nació en el muy populoso Barrio Obrero de Cali, aunque debido al oficio de profesora de su madre, Orfa Rivera, la familia se trasladó al cercano e industrial Yumbo. De allí, el peregrinaje los llevó a Barrancabermeja, pues su padre, Blas Rueda tuvo trabajo allí como transportador. Si bien en esta ciudad calurosa estuvo poco tiempo, le alcanzó para formarse pues allí –como una forma de fortalecer su identidad se hizo hincha del Deportivo Cali que le recordaba sus raíces natales y se afianzó como colombiano en tanto el vallenato tan propio desplazó un poco su amor por la caribeña salsa. Pocos años después regresó a Yumbo-oís, se matriculó para su secundaria, y alternó cátedras con la práctica del fútbol. A lo largo de la década de 1970 Rueda Rivera jugó en la Selección de su colegio, en la de su pueblo, en la de su universidad, en la de su Departamento pero pronto entendió que no triunfaría como profesional; sin embargo, como él dice “Para esos años ya el fútbol me había ganado”, y vio en la Academia una posibilidad de seguir vinculado al balompié. Se matriculó en el programa de Educación Física y Deportes de la Universidad del Valle, donde tuvo la fortuna de recibir clases con profesores alemanes que le despertaron el interés por el fútbol de ese país, último campeón del mundo.

Reinaldo Rueda
Como acordeonista es un excelente hijo
“Rueda y Técnico es un único ser. Hay que confundirlos, y mezclarlos. No se puede conjugar al técnico y a la persona en paralelo. Es uno solo. Las condiciones humanas, su generosidad, su capacidad como intelectual y como hombre capacitado desde la bases y su experiencia como hombre que sabe qué es el barro y el camerino los tiene para el manejo del fútbol en el mundo competitivo” –se ha explayado Rouge Taborda, Director de Deportes de RCN en Medellín, y quien lo conoció desde sus primeros años en el equipo de Telecom.
Seguramente el popular Rougé tenga razón: el director técnico no pueda dejar al ser que es Rueda y este Rueda –sin ser- irse a la cancha. No obstante, sí vale la pena destacar algunos asuntos vitales que hacen parte de este adiestrador cuando se quita –raras veces-su uniforme sudadera.
Sobre Rueda se ha dicho que es un hombre respetuoso, amable, a quien los títulos no se le suben a la cabeza.
Y se ha dicho –lo ha dicho Pedro Antonio Zape- que sus éxitos se deben a que “es un sabio” y que enseña con su humildad.
Se comenta que es un hombre para quien la familia es lo primero. Y sobaría decirlo a sabiendas de que siempre ha estado casado con Genith Ruano y que sus tres hijos son su soporte emocional. Y sobraría decir pero no sobra que el perfil del wasap del teléfono de Reinaldo es una foto de una mujer anciana que reposa, con su piel cansada y sus canas y su vestido humilde en un modesto sofá. “Es la única mujer que ha influenciado mis alineaciones”, cuenta Rueda con una sonora carcajada.
Sobraría a estas alturas decir que es un amante del Vallenato, en especial de los temas setenteros de Alfredo Gutiérrez y del Binomio de Oro, y de los Corraleros de Majagual, y que cuando vivió en Alemania se compró un acordeón y que en las reuniones familiares intenta –intenta- interpretar La gota fría, del gran Emiliano Zuleta. Y que su hija le dice que mejor siga dedicado al fútbol.
Sobraría decir tanto de este Reinaldo Rueda pero no sobra.
Una mañana de lunes de abril, recién terminó un entreno en el oriente antioqueño, atendió a la revista Bocas:
Profesor Rueda, entonces al final, ¿hay uno o dos Reinaldos Rueda?
Cuando llegué a Nacional me di cuenta que tengo un doble, que ha estafado a incautos y hasta ha sobornado gente. Ha solicitado dinero en depósito por entrevistas, ha proyectado contratos con federaciones. Y sabe qué: está muy bien documentado. Sabe todo de mí.
Tiene perfiles en las redes sociales. El día de las Mujeres escribió algo en twiter una dedicación con unas palabras muy afectivas y románticas. Cuando se lo mostré a mi familia, mi hija menor se quedó sorprendida con la capacidad y sabe qué dijo:
¡Ojalá mi papá fuera capaz de escribir tan bonito!
Bueno, el real Reinaldo Rueda Rivera nació en Yumbo. ¿Qué le queda de esos años?
Nazco en el barrio Obrero, pero mi mamá era profesora en Yumbo y me lleva muy chico. Allá juego en el primer equipo del barrio y la selección del Colegio. Ahí nació mi amor por el fútbol en ese pueblo que cuando eso era muy pequeñito, con mucha pasión por Cali y América. Mucha rivalidad entre los dos equipos. Ya luego, mi padre nos lleva a Barrancabermeja, y allá nos identificaban como los Caleños” y entonces nos hicimos hinchas del Cali, campeón en 1965, y de ahí el afecto la admiración por el equipo.
¿De ahí también viene el amor por el Vallenato?
Claro. De esos años me quedó el amor por el vallenato –una de mis debilidades-. Desde cuando niño veía a mis tías cantando y yo las seguía; luego mi papá me regaló vallenatos. Veía pues en la casa y escuchaba a Escalona, a Los Corraleros, y todas esa música raspa…dicen que soy caleño atípico porque disfruto mucho el vallenato, más que la salsa.
Intenté aprender a tocar acordeón, uno que me compré en Alemania, pero soy medio sordo. Estuve con el Turco Gil en Valledupar intentando. Logré aprender algunas noticas, pero eso requiere disciplina. Pero bueno, lo disfruto y creo que los colombianos deberíamos sentirnos orgullosos de esa cultura del Vallenato, del sentimiento y de la nostalgia que expresan todas esas canciones…nuestra realidad. Soy poco fiestero pero soy muy nostálgico del vallenato viejo: El Binomio, Alfredo Gutiérrez, Los Corraleros…esos quedaron en el corazón mío, con esos me gustaría una fiestica.
¿Profesor Rueda, cómo termina estudiando en Alemania?
Mi sueño era Brasil por su fútbol. Parecía cerca. En el 75 tuve la oportunidad de participar en un seminario de FIFA y los expositores eran Parreira y José Bonetti, supervisor táctico y nos enseña todo lo que es la organización el fútbol brasileño y todo lo del título del 70, y por ahí nació mi sueño de querer ir a Brasil. Pero llega el “Convenio Colombo-Alemán” se fija en dos universidades: la de Antioquia por la investigación científica y la del Valle en docencia deportiva. Ahí me gana ese plan de estudios.
De Alemania sabía muy poco. Admiración por el fútbol, el Mundial del 70 cuando Beckenbauer jugaba con cabestrillo, luego campeona del 74 y saber que era una cultura lejana, idioma difícil. Pero tuve profesores alemanes, impregnándonos de su cultura.
Diez años después tuve la fortuna de una beca para un Posgrado en Entrenamiento Deportivo…Estando con Selecciones del Valle me mandan para Alemania. Los directivos determinan que me merezco esa oportunidad y con un directivo que estudio allá se hizo contacto. Allá me formé mejor como entrenador…fue algo que me cambió la vida y hoy disfrutó de todo eso que invertí en ese momento.
Cuando llegué allá a pesar de que había tenido profesora privada, vi que no sabía nada. El tutor me dijo que no podía ingresar porque no tenía fluidez, ni manejo del idioma y me mandó a hacer 600 horas de idioma…me matriculé en una Academia e hice todos los estudios con la ilusión de quedarme. Es un idioma que me gusta, a pesar de que loro viejo no aprende a hablar. (Risas).
Disfruté de su comida, su cultura, la historia, museos, cada que puedo me vuelo dos tres días, una semana. Tengo vínculos con colegas del fútbol, amigos…familias amigas. Tengo admiración por Alemania.
Bueno al regreso de Alemania se consolida su carrera como Director Técnico
Al regreso asumo la dirección de las selecciones del Valle, salimos campeones nacionales en las dos categorías, en el 92. En el 94 me ofrecen el Cortulua que acababa de ascender a primera. Empecé a trasferir todos esos conocimientos de 14 años …en ese equipo tres años durísimos, peleando siempre descenso con Bucaramanga, con Huila, con Cúcuta…sin nómina, vivíamos del patrocinio, de taquillas mínimas, con jugadores prestados de Nacional, de Medellín, de Cali, de América…fueron “mis años rurales” de mucho conocimiento…ahí empezó la pasión y el estrés de esta profesión.
Estando allá en el Cortulua, recuerdo que había un muchachito al que yo le decía que su puesto no era de centro delantero sino defensa centro…con los años ese muchachito, Mario Alberto Yepes, se consagró como Capitán de la Selección Colombia.
Ahora aquí en Nacional, les comparto esas experiencias a los jugadores, les digo que disfrutemos de las mieles porque muchos de ellos nacieron en esta cuna de oro; yo no, les digo. A mí me costó, mis inicios fueron con limitantes…pero que me endurecieron para lo que han sido estos treinta años de profesión
Luego viene el Cali, el Medellín,…mucha gente se pregunta por qué los dejaba adportas de sus títulos…
Asuntos del fútbol. Después de tres años en el Cortulua… viene el Cali, fue bonito, aprendizaje, proyecté jóvenes entre otros Mario Yepes…fue corto tiempo…y salí. Me iba por presión de resultados inmediatos, o relación con directivos, o cambios administrativos. Salí para la Selección que se preparaba para Toulón, Francia, y, vea, Cali salió campeón.
En 2002 llego al Medellín: fue como un sacrilegio un valluno en Medellín. Fue muy satisfactorio compartir con sus dirigentes, dio nostalgia, pero me fui porque me ofrecieron la Selección Colombia Juvenil y entonces me fui para ese proceso de Suramericano y de Mundial de Emiratos Árabes. Pero esos meses se sembró y quedó un gran hombre, nuestro asistente, Víctor Luna, quien siguió con esa labor y bueno, la satisfacción de ver que esa camada que dejamos salió campeona.
Y es bonito cuando uno camina por la ciudad, incluso hace poco celebrando la estrella 15 del Nacional, se me acercaban hinchas del Medellín a felicitarme. Me decían que me recuerdan con afecto por lo que me brindé en el equipo.
Usted impulsó a varios jugadores que luego serán clave en el título del Dim…
El primer partido que jugué con el Medellín fue un clásico en Estados Unidos contra Nacional. Qué baile le dimos a Nacional (sonríe) que contaba en ese entonces con Faustino Asprilla. Ese día lo recuerdo por algo especial: puse a jugar a David González pese a que era el cuarto o quinto arquero. Pero me llamaba la atención la serenidad de ese muchacho y en la charla técnica sorprendí diciendo que sería titular. ¿Y sabe algo más por lo que me acuerdo mucho? porque siempre los managers de los jugadores están felices cuando uno pone a jugar a sus muchachos y en este caso fue al revés: me llamó el representante y me dijo:
¡Cómo vas a quemar a ese muchacho! Y mire, hoy por hoy es uno de los arqueros más serios y exitosos de Colombia.
Bueno, cómo se da la llegada a la Selección de mayores
Por la crisis ante la falta de resultados. Y nosotros veníamos de ser terceros en Emiratos Árabes con Selección Sub20 y los directivos creyeron que esa generación había que proyectarla: Abel, Magnelly, Castrillón, Faucet, Arizala, Nájera…
Me ofrecen, veo un reto y asumo pese al mal momento y se nos va el Mundial por un punto. Fue durísimo. Luego seguimos porque el proyecto era Suráfrica 2010. Y se aborta todo… y quedé destrozado. Fueron meses física, sicológica y moralmente muy duros. Para mí y para la familia.
Y se abre la oportunidad de Honduras. Capítulo aparte. Y comienzo un camino: Honduras llevaba 28 años sin Mundial, mucho escepticismo pero hicimos trabajo con responsabilidad y mire…tan era para nosotros la ida al Mundial de 2010 que lo logramos con Honduras. Fue fotofinish difícil con Costa Rica… Fue mi primer Mundial con una Selección absoluta.
Se sacó la “espinita”, en un país sin tradición futbolística…
Tengo gran afecto por toda la sociedad hondureña. Porque al principio fue duro: por ser extranjero. Habían pasado argentinos, uruguayos hasta yugoslavos…llegar como colombianos era duro. Además el país vivía problemas sociales y económicos.
Y empecé a proyectar jóvenes. Ya había un ciclo cumplido de cuatro o cinco intentos a mundiales. Me adapté y nos fuimos yendo…
Y después fue imborrable todo: reconocimiento del Congreso de la República, la unión del país que venía de un momento difícil por lo del Golpe de Estado, y la Selección logró eso: gente que hacía tiempo no se veía, se abrazaba. Familias desunidas. Llorando en las calles y viene hasta al propuesta para darme nacionalidad y bueno, soy un Catracho más. Es un gran reconocimiento esa nacionalidad
¿Por qué no siguió allá?
Me ofrecieron dirigir Ecuador. Y me gustó por estar cerca a mis viejos, saber que Maturana, Bolillo, Suárez habían hecho un camino. Y de nuevo llegar a un país que tenía problemas con Colombia por lo de su invasión al espacio aéreo. Había rechazo hacia colombianos. No mas colombianos, decían. Se sentía en la calle el problema de Correa y de Uribe..Incluso se lo mencioné al doctor Chiriboga, que no era el momento, pero él confiaba mucho en los colombianos. Asumimos. Fue difícil. Ya esa generación gloriosa de Pacho y Bolillo estaba en sus últimos años y era cumplir con la meta del mundial pero había que hacer relevo.
Había escepticismo y no nos fue bien en Copa América en Argentina. Casi que casa por cárcel durante un mes, no podíamos salir porque me insultaban. El presidente Correa, respaldó la Federación y al cuerpo técnico. Siempre se lo agradeceré. Prácticamente ya estaba el reemplazo nombrado. Yo le dije a los muchachos: si somos obstáculo para que Ecuador clasifique pues nos vamos. Y aunque fue difícil nos quedamos y pudimos disfrutar del Mundial de Brasil.
Sintió un “tufito” de revancha cuando enfrentó a Colombia?
Ecuador ganó allá. Y Colombia aquí.
Nunca sentí espinita. Por eso ganamos. Menos contra los jugadores. Y fue acto bonito que el plantel en pleno vino al banco a abrazarnos. Ya nos conocíamos desde la Juvenil. Fue duro; veníamos de perder con Argentina en Buenos Aires, si perdíamos nos teníamos que ir.
Chucho Benítez que en paz descanse hizo el gol con que ganamos. Inclusive, en el partido allá, en el minuto 91 va a cobrar James, pero se adelanta Pabón cobra y la manda lejos….ufffffffff ¡Lo que es para uno! Pabón nos salvó. Jajajjajaja. Cuando viene por acá lo abrazo y le agradezco.
Después de ser un DT exitoso manejando seleccionados, porqué aceptó la dirección del Nacional?
Terminamos en Ecuador. Tuve otras posibilidades, pero llegó lo del Nacional y no lo dudé, pese al desafío por lo que hizo Osorio. Sabiendo que era la mayor empresa del país. Con infraestructura, nómina, con metas. Eso me motivó.
El sueño era la Copa, le decía a los jugadores que para ellos no era misterio ganar aquí. Que ellos eran Selección en potencia pues solo había dos extranjeros, …Armany y el Lobo.
Soñamos y Dios nos ayudó. Se conjugaron todos los factores pese a inicio difícil. A los dos meses nos eliminó Junior de Copa Colombia, todavía Marulanda me cobra esos 800 millones de la taquilla. (Risas)
O sea, no era fácil, más por lo que hizo Osorio. Peo después daba gusto verlos en la cancha y vino el ´titulo y luego la Copa.
Esa noche cuando ganamos la Copa pensé en mi papa. En mucha gente. Sentía un vacío extraño, estaba y no estaba. Momento de estrés, es que Independiente del Valle era equipo que había eliminado a grandes y no podíamos desconocerlo. Y nos complicó.
En el camerino me tomé un poquito de champaña en un vaso desechable. Así celebré. Y después de rodillas di gracias a Dios y me encerré en la pieza. Estaba liquidado, extenuado, no daba más y a recuperarnos. Dormí muy poco. Además había compromisos con medios. La noche fue muy corta.
¿Por qué siguió en Nacional ?
En diciembre en Japón terminaba mi contrato y decidí irme. No daba más. Lo pensé por asuntos de salud. La cadera no me daba. El doctor Ardila me pide que me quede, de La Cuesta, la afición. Jugadores.…todos. El afecto, la gratitud me llevó a decidir. El afecto traicionó a la razón que me decía que me fuera
¿Cómo recibió el reconocimiento de la France Fútbol como Mejor Técnico?
También lo del diario El País. Son momentos. Hicimos un trabajo grande. Es bonito por la profesión pero también por la familia, los nietos, los hijos…reconocimiento para los técnicos colombianos que son excelentes profesionales
Profesor, hablemos de técnicos que usted admira
Vicente del Bosque y Sir Alex Ferguson son mis referentes. Me han tratado superbién. Compartí con Ferguson en Manchester, gracias a Antonio Valencia…
Imagínese que lo visité un día después de perder la Final con el (Manchester) City. No, no me va a atender, pensé. Era la cita el primero de mayo de 2013. Me presento y en la puerta me dice una señora: el sr Ferguson lo está esperando. Abra la puerta.
Abrí la puerta, pensando que estaba al fondo y no, estaba ahí parado.
Saludo y le digo: discúlpame que no hablo bien el inglés.
Tranquilo, yo tampoco. No se preocupe. Y sonrió.
Ahí empezamos a conversar del partido de la final. Después me preguntó si deseaba café y le acepté. Pensé que lo prepararía alguna señora cuando él se levantó y él mismo me lo preparó. Qué tipo tan extraordinario, humilde, qué lección de vida. Me invitó enseguida a que nos quedáramos en el entreno, me prestó un saco a mí, y a hijo una gorra para el frio, después del entreno me invitó a almorzar. Luego del Mundial me mandó una carta ofreciendo excusas por la expulsión de Valencia ante Francia. Imagínese un hombre que lo ha ganado todo y tener esos detalles.
Y bueno, admiro a Vicente Del Bosque por su humildad, en el Real Madrid y en la Selección España.
Ah y a Sekularac, claro
¿De ahí viene su mote de “Seki Rueda”?
(Se ríe) otro asunto importante en mi vida: haber visto a Sekularak con Santa Fe y uno o dos partidos con América. Cuando estuve en Europa me fui con el profesor Popovich, a quien conocía, a Yugoslavia, y allá me encuentro que Seku era el DT del Estrella Roja…y coincide que en 1990 se celebraban los 45 años de ese equipo…imagínese veo toda su historia, las películas donde Seku jugó en la Selección; él fue denominado el Pelé blanco y me presenté y me trató bien; habló con nostalgia de Colombia…me invitó a quedarme en el equipo y de ahí me identifiqué tanto que así puse primer mi correo electrónico.
Pocos me dicen Seki…no saben que es por la admiración y por las atenciones allá en Belgrado.
(Mas adelante el Profe confesará que esa dirección electrónica tuvo que crearla además porque los jugadores extranjeros de la Selección no le contestaban los correos pero cuando veían que escribía Sekularac, llamaba la atención).
Profesor usted es un hombre muy de familia pero también del Fútbol. ¿Al fin qué le importa más?
Ellos dicen que más el fútbol. Mi familia es soporte emocional inmenso. Mi esposa es inteligente, sabe manejar esta situación, llevo más de 20 años fuera de la casa sacrificando momentos con mis hijos, la relación de pareja y ha sabido soportar. Más ahora con mis hijos en el exterior, ella hace los contactos.
Pero ella influencia sus alineaciones….
No, ella no. Mi mama, sí. Jajaja.
Estos días me encontré en Neiva, al Cachaza (Hernández) quien trabaja en las Inferiores del Huila y nos acordamos. Él sabe que mamá me braveaba sino no lo ponía de titular. Y entonces él me pregunta por mi vieja.
¿Volvería a la Selección?
Me lo preguntan mucho. (Titubea un poco). No sé si coincidan los momentos. Pero si se dan sin atropellar a nadie pues…miramos.
Publicada originalmente en la revista Bocas de EL TIEMPO, en mayo de 2017