Irse yendo
Por: Guillermo Zuluaga Ceballos
La frase mirada desde la sintaxis y el correcto uso de los tiempos, tiene cierto embeleco que gusta a los lingüistas. Los mayorcitos la han utilizado un poco más extensa: “ ahí nos vamos yendo” y tiene cierto tufo conformista: parodiando a los arrieros, ha sido sinónimo de “en el camino se van arreglando las cargas”. Así que calma.
Usada pues sin muchos miramientos, en ciertas poblaciones rurales, esta perífrasis, para las nuevas generaciones, las de redes sociales y su ahorro semántico, quizá no diga mucho.
Se piensa en ella esta semana, claro, cuando se hace público un informe del Centro de Recursos para el Análisis de Conflictos (Cerac), que señala que casi 550 mil colombianos se marcharon en 2022 y quizá no regresen en el medio plazo (El País, febrero 18). Los colombianos están aplicando eso de “irse yendo” -literal- pues al parecer los cobija más la desesperanza.
Según la investigación, la salida de colombianos duplicó y por bastante el promedio de 200 mil que por más de una década era constante.
La cifra tan abultada -¡más de medio millón!- es utilizada, cómo no, por los opositores del gobierno actual para decir que aquellos se van yendo o se fueron, dado el estado de pesimismo que genera el futuro inmediato del país, y no tienen en cuenta que, según el estudio, la abundante salida “inició en marzo de 2021 y coincidió entonces con una mayor disponibilidad de vacunas contra el covid-19 y menores niveles de contagio de la enfermedad en la población” o sea, es probable que desde el mismo gobierno Duque (El presidente joven más viejo que ha tenido Colombia) ya quisieran irse pero debido a las restricciones del COVID, no pudieron hacerlo. Aunque también hay que aceptar que, sigo con el informe, en este enero el número de emigrantes creció 2,3 veces frente al mismo mes de 2022 -aunque también habría que decir que enero, mes de vacaciones casi siempre es época usual para salir.
El informe especula que las razones en su mayoría están sustentadas en lo económico, en tanto el peso colombiano es una de las monedas más devaluadas y entonces la tasa de cambio frente al dólar u otras monedas fuertes, posibilita el envío de remesas, que, como se vio, en 2022 tuvo un aumento casi del 10 por ciento con respecto al 2021.
Más allá de las lecturas que puedan hacerse para juzgar o atacar este gobierno o el anterior, el estudio sí señala algo demasiado preocupante para el país, y es la salida de los jóvenes, pues un 35% de esos 550 mil y pico de emigrantes corresponde a personas entre 18 y 29 años. Al parecer los “muchachos” de ahora no tienen ancla como si se tuvo hasta hace tan poco y por fortuna también cada
vez son menos los países que restringen la llegada de colombianos, que si bien a veces son (somos) mirados con cierto recelo en puertos o aeropuertos, en su mayoría, en especial las mujeres, tienen fama mundial por su disponibilidad para trabajar y el trato amable con empleadores y con la gente de su entorno.
El éxodo de nuestra juventud sí debería llamar a preocupación no solo del gobierno sino del Estado en general. Que los jóvenes se decidan a jugarse a la incertidumbre de otro país, sí es muy preocupante o debería serlo: cada vez la población se envejece con lo cual la capacidad laboral va perdiéndose, y surge la inquietud por quién va a cubrir las vacantes. Y claro, en el momento muchos venezolanos están llenando ciertos puestos, pero al hablar con ellos, muchos quieren regresar en el momento en que la situación mejore en el país vecino.
(Esa capacidad laboral o física también tendrá repercusiones en nuestro deporte. Seguramente muy pronto veremos a más deportistas nacidos en Colombia, llevando el uniforme de sus países receptores).
La marcha sin retorno de nuestros jóvenes tiene otra implicación más allá de la fuerza y la vitalidad física: la fuga de cerebros en el punto máximo de su capacidad reduce la fuerza creadora, el talento, lo cual afectará la actividad cultural, nuestro pensamiento crítico, y por ende la Cultura colombiana podrá sufrir estancamiento. Idos los jóvenes se pierde ese diálogo intergeneracional (muchos por ejemplo no tendrán un viejo que les explique la frase que titula esta columna) tan importante para la trasmisión de saberes, de experiencias que a lo mejor enriquezcan el futuro cultural o pluricultural del país, que siempre ha sido una de las riquezas, aunque se han quedado más en discursos nostálgicos y nacionalistas que en realidades.
Ahora bien, si no podemos atajarlos, pues sería casi un anacronismo, en esta “aldea global” y siempre van a querer irse yendo, el Estado (en especial gobierno, academia y empresa) sí podría brindarles algunas excusas para quedarse. El gobierno, quizá el mayor responsable, debería incentivar, dar algunos prebendas, auxilios a los jóvenes, para sus emprendimientos, y tener trato especial con los que habitan las áreas rurales para que se queden y siembren la tierra… (Escribo esto y caigo en cuenta de que en zonas campesinas no se encuentra fácilmente quien quiera desempeñar labores agrícolas).
La academia también debería hacer su aporte: es bien sabido que en muchos países el estudio de una maestría, o incluso de un posgrado es gratis….y hasta se da el caso de algunas naciones que le pagan a extranjeros para que vayan a sus universidades y luego les ubican laboralmente. Sobraría decir pero no sobra que también muchos jóvenes tienen que ir a malemplearse en el exterior para pagar deudas de estudio contraídas en Colombia. ¡Vaya paradoja!
Por su parte, el sector productivo, debería crear más puestos de trabajo y ojalá con más garantías pues es difícil pensar en quedarse cuando el mayor horizonte que se le presenta a un joven es a tres meses cuando vencen sus contratos OPS -Órdenes de Prestación de Servicios.
Seguramente mientras yo tecleo estas últimas líneas algún colombiano –seguramente un joven- esté armando sus valijas para irse, y -más allá de unas posibles remesas- es una gran pérdida para el país en todos los sentidos que la gente se esté yendo.
!Y ahí vamos!
Ey, Cartagena
Por: Guillermo Zuluaga Ceballos

Ey, quedarse pensando si decirlo. Si de nuevo decir lo que tantos han dicho y siguen y seguirán diciendo. O intentarlo de una manera distinta. Pero esa tampoco aparece. Quizá no exista. No hay.
De nuevo en Cartagena en el Hay Festival. Encuentro de literatos, pensadores, artistas de la palabra y la obra. Algunos, en especial los de afuera, dicen hey, simplemente ey.
Ey, Cartagena, tú, ciudad evocadora y provocadora que inspiraste poesías de Luis Carlos López y Raúl Gómez Jattin, prosas vívidas como las de Gabo y Germán Espinosa, crónicas de una cotidianidad calurosa como las de Juan Gossaín, melodías románticas como compusiera Alfonso de la Espriella o rebeldes como las de Joe Arroyo…

Ey, Cartagena, que en cada calle, esquina, templo, claustro y cuadra transpiras belleza y ensueño, e inspiras llevarte luego en imágenes, eufonías, sensaciones o sabores.
Ey, Cartagena, de nuevo atrajiste a tantos estos días finales de enero con sus letras hechas melodía, prosa, rebeldía.
Ey, sí. De nuevo volver a verte tras tres años de ausencia. De nuevo encontrarte tan la misma.

Volver a encontrarte también en dos o tres diagnósticos que siguen diciendo que cuatro de cada nueve habitantes no tienen lo mínimo para subsistir (vivir con menos de $376.000 mensuales) y que entre ellos más de 60.000 de tus habitantes ni a eso llegan y siguen en pobreza extrema.
Ey, Cartagena, tú que te vistes tan bonita para ir a las fiestas, ¿cómo es que aguantas tanta hambre?, ¡no joda!
Ey, Cartagena, caminarte ya no entre “cocheros chambaculeros” —aunque aún los hay— y saber que más o menos 70.000 de tus hijos, propios o adoptados, van en ruidosas motos pitando aquí y allá, chirriando cual chicharras después de la lluvia, a ver si de pronto se ajustan para conseguir un pasajero y luego llevar a casa un pedazo de ñame o yuca. Ey, Cartagena, tú que inspiraste músicas tan bellas, ¿cómo permites este desorden en tus calles y esa cacofonía para los oídos? Haz algo en serio por esa gente, por ti misma.

Ey, Cartagena, de nuevo volver a verte, imaginar que tu actual señor te tenía más galana y no, encontrarte tan parecida a la de siempre. Soñar que alguna vez el puente Heredia ya no va a dividirte: esa ciudad que eres dos, tres y hasta más en ti misma. Pensar que alguna vez El Pozón, Arroz Barato y Nelson Mandela estén unidos a Manga y Bocagrande… Pero no. Ese puente no une aún, divide. Sigues partida, distinta y distante de ti misma.
¿Nunca te miras en el espejo o esquivas la mirada?
Pensarte, vivirte, creer en estos tres años con un señor que se proclamó distinto, al parecer fue tan lo mismo. O por lo menos eso dicen. La gente ya dice —sigue diciendo— que todos tus amos son iguales y que ajá. Que en octubre, en las elecciones locales, “es mejor malo conocido”.

Qué lindo volver a tu Hay. Aunque este Hay involucre a algunos de los tuyos, a muy pocos, habrá que darles la razón a los locales que dicen que está de espaldas, que no te piensa, que no te reflexiona, pero no es de ellos la responsabilidad. Ellos vienen, te caminan, hablan de otras realidades o ficciones, hacen negocios, contactos o no hacen nada, pero vienen a que los vean… ellos en lo de ellos; es a ti a quien le toca pensarte, buscarte soluciones.
Ey, Cartagena, pellízcate.
Ey, disculpa esta nueva o eterna cantinela, pero es que tantos te queremos tanto. Duele ver que los años solo enmohecen tus murallas, puertas y techumbres. Pero parece que los tiempos no te enseñan mucho. Sigues en ese vaivén eterno… como en tus grises playas.

Periodismo
Por: Guillermo Zuluaga Ceballos
Al principio fue la palabra y la palabra se hizo verbo: soñar, anhelar, comparar, construir, escuchar…
Y enseguida se hizo sustantivo: universidad, lectura, aprendizaje, camino, responsabilidad, reto, conversación.
Es quizá la palabra más repetida en mi Vida. Es tan importante que llevo una frase alusiva tatuada a mi piel. La llevo en mi pellejo. Como dirían las Escrituras: en una palabra todo mi Ser. Mi esencia, mi identidad.
Pero es ante todo una acción.
La palabra que es oficio, profesión o vocación, de nuevo dentro de unos días estará celebrando su día clásico -no el que por ley hace más de una década- sino ese que por tiempos, se ha reconocido. Así que de nuevo llegarán a nuestras pantallas o en sobres, frases recordándonos lo valioso de nuestra labor: de nuevo la manida aquella de Kapuscinski:» antes que ser buen periodista hay que ser buena persona» (¡una verdadera prueba de creatividad de tantos relacionistas públicos!). Y de nuevo me preguntaré si los ingenieros, los abogados, los médicos,… si acaso a ellos se permite ser malas personas y al tiempo ser excelentes profesionales. En fin, el periodismo volverá a estar en boca de tantos en los primeros días de febrero.
Pero más allá de sus “lugares comunes” lo interesante es preguntarnos por lo que esta palabra significa en estos tiempos. Y no hay tantas respuestas.
Porque la palabra deviene en un reproche, una queja. Ir a un evento académico de periodistas es prepararse para escuchar acerca de sus defectos, de sus sinsentidos. Merecido por cierto. En estos días por ejemplo es noticia una periodista. Se dice que sus informes se vuelven virales dado su estilo, su lenguaje. En las facultades se decía que si el periodista estaba por encima de la noticia algo andaba mal en el oficio. De hecho también lo recordó Tomás Eloy Martínez cuando decía que el periodismo no es un circo donde nosotros andamos exhibiéndonos sino que es ante todo un servicio social. La situación hace pensar en aquel aforismo de que si un perro mordía a un hombre no era noticia y sí, si el hombre mordía al perro (en efecto terminó por ocurrir)….pero ahora parece es que ya no importa ese inverosímil suceso sino que lo que importa es el o la colega que está contando sobre el hombre que mordió al perro…ahí vamos.

Hubo un tiempo en que el periodismo era la posibilidad de servir –o eso se esperaba- y ahora ya ni eso importa. Era un tema de ética, pero ni siquiera pasa ya por la estética. Ahora los medios de comunicación y los periodistas quieren ser tendencia Y entonces ya los periodistas no escriben, no hablan, no graban imágenes pensando en sus públicos sino pensando en seguidores. El periodismo que alguna vez calificara Alberto Aguirre de «partisano» dado sus inclinaciones partidistas en estos tiempos se ha vuelto un «periodismo tendencioso».
Periodismo, esa palabra que es sustantivo, acción, reproche….se torna un sinsabor.
Porque, claro, los medios de comunicación ante la arremetida de las redes sociales, ante la pérdida de influencia, y por supuesto de pauta también han caído en ese triste juego de buscar ser tendencia. Y si muchos periodistas ya quieren competir con los influencers, los grandes medios buscan competirle a las redes sociales. . Y eso se nota hasta con solo mirar titulares o leds: ya han dejado de aparecer esas frases en negrilla, creativas y sesudas, esos “enganches”, esas “carnadas”, de que nos hablaron en las facultades… ahora: después de una fotografía o una frase insulsa, el titular fue reemplazado por preguntas de “si quieres saber más”… sigue esta nota, sigue este link, busca la bio….
Y al tiempo del sinsabor, uno podría decir que el Periodismo, el gran periodismo, es un sinsentido. Que está muerto, firmar el acta de defunción de este oficio. Sin embargo, aquí estamos tecleando pensando recordando tecleando cuestionando tecleando… hay que aceptar que es lo que sabemos hacer, lo que siempre quisimos hacer, lo que nos hace, y vale la pena seguir intentando…
El periodismo casi siempre mira hacia afuera, pero valdría la pena mirar hacia adentro.
Pelé:
En estas calendas el mejor regalo que podría hacerse el periodismo a sí mismo sería reflexionar y volver por sus raíces: pensar en eso que lo hizo grande: ser un contrapoder, ser denuncia, ser voz de quienes no tienen, ayudar a generar sentido de pertenencia, en una Nación de desencuentros, ser la oportunidad de encontrarnos, de reconocernos y de pensarnos a futuro en torno a la palabra.
¿”El más grande de la Historia”?
Por: Guillermo Zuluaga Ceballos
Como si la fuera única, unilineal e inequívoca siempre se ha tratado de encontrar al “más grande de la historia del fútbol”.
Y como suele ocurrir con ciertos personajes al cabo de sus existencias prolijas, interesantes, además de alegrar tanto y a tantos la Vida, parece que no bastara con todo eso, y tuvieran que “demostrarlo” como si sus épicas no valieran per se y hubiera que certificarlas.
Y cabría entonces la pregunta sobre quién o qué es ese otro con potestad tan indiscutible para “sentenciar” que en efecto es aquel el más grande. ¿Periodistas que todo lo saben (sabemos), estadígrafos, historiadores, deportólogos, sociólogos?
Pelé que en las canchas del mundo lo dio todo, ha muerto. Y sobre él se ha dicho tanto y de tantas maneras que sobraría aquí un nuevo obituario. Bastará quizá lo que resumió la nueva estrella, Erling Haaland: » todo lo que ves hacer a cualquier jugador, él lo hizo primero».
Y sin embargo, su partida de nuevo revive la infaltable pregunta de si acaso fue el más grande del fútbol.
También ocurrió hace un par de años cuando murió Maradona y se iteró si no era el argentino el jugador con más relieve de la historia. Ha ocurrido con D Stéfano, con Cruyff…siempre la pregunta de en qué lugar del pedestal quedará su nombre.
Ellos que se fueron, pero también se suele interrogar con otros vivos: Zinedine Zidane, Ronaldo, Ronaldinho.
Siempre el debate al respecto, pero este es huero, sin fondo, vacío.
Porque no se pueden comparar ellos como atletas, (del biotipo de Pelé al de Messi hay tanta diferencia que es redundante decirlo); sería también muy difícil comparar las épocas: el deporte ha evolucionado como han evolucionado mucho otras ciencias, oficios y saberes de la vida. Hasta los años sesentas por ejemplo el fútbol fue lento, parecía jugarse en cámara lenta, como en cámara lenta fueron las imágenes que vieron unos, vimos otros después por televisión; y luego, a partir de la década del 80 comienza a jugarse más fuerte pero la vez un fútbol más rápido; y desde los años noventas hacia acá el fútbol ha adaptado para sí, todos los grandes avances de la medicina, de la tecnología, del marketing.
Comparar a un atleta como Dstéfano, como Pelé, como Dinho –con capacidades y potencialidades innatas, forjados en potreros o en las calles polvorientas- con un Messi o un Ronaldo, con la biociencia al servicio de ellos y los campos deportivos y sus computadoras pegadas a su dorso que les miden hasta los milímetros de sudor…. Digo, comparar esto con la precariedad que se vivió hasta casi llegados los años 60 es una bobería para llenar luego titulares o inflar el ego de ciertos «doctores».
Pero bueno, para “aportar” algo, en un ejercicio como historiador, podría mejor cuartear la «historia» y hablar de ciertos momentos y de sus protagonistas. En tal sentido sería indiscutible decir que Pelé fue el más grande de la década del 60 y gran parte de la década del 70. Su grandeza fue tal que opaca a Johan Cruyff y a muchos de la misma selección brasileña que lo acompañaron y que sería injusto con el resto mencionar algún nombre.
La del 80 tuvo al más grande indiscutiblemente de su década (¿de siempre?) que fue Diego Armando Maradona y su estela se prolongaría también gran parte de los años 90.
Su » testimonio» vendría a recogerlo a principios del Siglo XXI, quizá cada uno por su lado, la magia de Ronaldinho y el liderazgo y la elegancia que aportó Zinedine Zidane. Con su seriedad y elegancia, el uno, y su gambeta y su sonrisa de mil dientes, el otro habrían de entregar luego el testimonio a Messi, quién fue grande y lo ganó todo con el Barcelona, con su Selección Argentina. (Y su renombre se hizo más sobresaliente porque tuvo un émulo, otro gran atleta que a cada partido se esforzó por demostrar que él también era el más grande: Cristiano Ronaldo).
Este quinteto (Pelé, Maradona, Zizu, Dinho, Messi) pueden perfectamente considerarse los más grandes de la historia aunque seguramente unos peldaños más abajo estén Dstéfano, Puskas, Beckenbauer, los dos Ronaldos, entre otros, y ellos seguramente estarán en la retina, estarán en la mente de tantos que los vieron, o los vimos, y que jurarán que fueron los mejores –para ellos.
Ahora el mundo se deleita con otro grande –un poco hipotética mezcla de Pelé y de Zizu- uno más atleta, formado en estos tiempos: hablo de Mbappé que en el último partido del Mundial demostró que tiene talento, disciplina, biotipo y sangre fría para rato. Y quizá a lo mejor dentro de algunos años estaremos diciendo si acaso también es el más grande de la historia.
Lo único claro es que nada hay claro. Todas las selecciones son arbitrarias. Y para gustos (futboleros)…las nostalgias.
Y sin embargo,…
los dos más renombrados de los tiempos recientes huelen a eternidad. Y eso da un pluss en este asunto. Maradona y Pelé seguramente siempre estén en el pódium. El uno fue y es D10s. mi D10s indiscutible. El otro es rey. (Y dicen que el rey era el enviado de dios en la tierra)
En el universo del fútbol, el uno manda en los cielos, el otro manda en la tierra. Sus reinados son actos de fe (futbolera). Amén.
“Cargaladrillos”
Hace unas semanas se celebró el Día del Periodista y muchos colegas compartieron fotos portando micrófonos, grabadoras o cámaras. Incluso yo desempolvé una vieja imagen donde salgo entrevistando a un campesino, haciendo énfasis seguramente en mi compromiso con este grupo poblacional.
Y, sin embargo, vino luego la reflexión —autocrítica, mejor dicho— acerca de que una imagen ha faltado casi siempre para graficar la fecha: la de algún colega exhibiendo unos zapatos viejos con sus suelas gastadas o incluso rotas. Porque si bien a veces nos valemos de ciertos elementos, herramientas o avances tecnológicos para representar este oficio, la esencia del periodismo quizás esté más cercana a unos zapatos gastados, unas páginas de libros rayadas o unas viejas y cuarteadas libretas llenas de apuntes.
Porque quizá los dos verbos más importantes del periodismo sean pensar y callejear.https://d-32878991802979130092.ampproject.net/2203041950000/frame.html
En ello pensé estos días cuando se publicó Cargaladrillos, parte de una colección con un bello nombre: “Esculcar la memoria”, que da cuenta de historias de diez reporteros rasos, a finales del siglo XX y principios del XXI, protagonistas ellos —sin querer reclamarlo— del acontecer regional y en especial, de una ciudad convulsionada, Medellín, marcada en gran medida por el narcotráfico y el conflicto armado, del cual también fue epicentro.
Diez reporteros cargaladrillos hablaron de sus experiencias, algunas contadas en tono más prosaico, otras más elaboradas; unas más atractivas, como la posibilidad de informar al mundo la muerte de Pablo Escobar que la logró un periodista de una cadena, versus la del periodista “del frente” que terminó chiviado, pero que al tiempo se “sacó el clavo” contando, a punta de ingenio, sobre una tragedia aérea; también está el reportero que se metió en la piel de miembros de grupos armados; una reportera más contando su experiencia en ese momento en que la cadena radial donde trabajó fue víctima de una bomba; la de otra que asistió a un muy curioso curso de “defensa” en una Brigada del Ejército; también está la periodista a quien le tocó ser pionera del periodismo deportivo —mundo bastante machista, por cierto—; y, claro, está la reflexión de otra que estuvo a poco de renunciar a su oficio al dar una noticia que no era del todo cierta. Y como no todo puede ser narcotráfico, conflicto armado y tristezas, una última reportera rememora la entrevista a una vieja gloria de la ópera: porque esta ciudad, al tiempo que se bañaba en sangre, tuvo en la actividad cultural una forma de resistencia ante la muerte.https://d-32878991802979130092.ampproject.net/2203041950000/frame.html
El libro celebra la mirada de Gabo, quien, a mediados de la década del 90 señaló la alegría que le dio pasar de ayudar a escribir notas editoriales hasta “ascender” al oficio de cargaladrillos, como una forma de explicar la valía de este oficio. Porque lo que hace al periodismo es la calle, la vereda, la reportería. Eso está claro seguramente desde los tiempos de Pulitzer o de John Reed. Y estos reporteros cargaladrillos, como se hacen llamar —y ¡cómo les gusta ese apelativo!—, cuentan esas experiencias en primera persona. Pero no para ufanarse, pues ninguno presume de sus reuniones en clubes sociales o salones de élite. Sus historias, por el contrario, están marcadas por la cotidianidad de largas jornadas en sus emisoras o periódicos y luego, al filo de la madrugada, llegar tarde a casa con la satisfacción de la labor cumplida y sin muchos premios rimbombantes, como no fueran los del reconocimiento que a veces le daban sus fuentes, como ocurrió en el bello texto de Amparo Restrepo, quien recibe seguramente su mayor premio de periodismo cuando, tras la muerte de su entrevistado, un familiar va a buscarla y agradecerle “porque usted lo hizo feliz los últimos días de su vida”.
¡A Francia le debemos tanto!
Se dice o se piensa en Francia y entonces a la mente llega la idea de los derechos humanos, de la Constitución, de unas monarquías que ya no… se piensa en la Revolución —con mayúscula— y en Mayo del 68…
Se pronuncia esta palabra y sigue acaso en los modales y en cierta cortesía. La mente se alegra con muchos quesos y vinos. Se activan los sentidos evocando sus perfumes y su champaña (no he tomado mucha, aclaro).
Y, cómo no, se piensa en su Tour, en Bernard Hinault, eterno rival de Lucho Herrera en las escaladas, o revés, realmente. En Platini y en su Mundial del 98 con Zizou, Henry y compañía. Se sueña con sus museos, ese Louvre que está en los pendientes por conocer. Se reconoce esa Francia que se cuela en las páginas de Madame Bovary, en Bola de Sebo, en Los miserables, El extranjero y en Las partículas elementales (texto por leer). ¡A Francia le debemos tanto!
Pero en Colombia, hace un lustro más o menos, la palabra “Francia” tiene porte de mujer. Otra “negra grande” en el sentido de la palabra, una que se hizo notar desde que se ganara, en 2018, el Premio Medioambiental Goldman, una suerte de Nobel, con el cual se honra a personas destacadas en la defensa del medio ambiente, que valoró una lucha iniciada a finales de la primera década de este siglo, recién ingresó a estudiar Derecho.

Desde entonces, con su luenga figura, esta negra hecha en el caótico y diverso Cauca y formada en la muy pluricultural Cali ha venido a proponer que esas agendas nacionales, reservadas casi siempre para la paz, el conflicto armado, la economía, la inflación, el empleo o el progreso, sean cambiadas por una alterna, de respeto al medio ambiente y a los derechos humanos, en su sentido pleno. Claro, son los mismos aquellos temas de la agenda nacional, esos a veces reservados para ciertas élites económicas o intelectuales que se creen dueñas del discurso, solo que ella los transversaliza con los suyos. Mejor dicho, ella cree, por ejemplo, que para hablar de progreso, de explotación minera, primero hay que pensar en respetar ciertas zonas reservadas y desde ahí tomar camino. Sus propuestas de paz, de derechos humanos, son pues las mismas, solo que ella mira los temas desde sus ojos de mujer, de negra, de marginal, pues los ha transpirado, los ha sentido, los ha padecido. Entonces cobran especial significación, pues vienen de los labios, el cerebro y la piel de una mujer negra. Pero ella no se victimiza; al contrario, asume esto como reflexión y reto en su corta pero fructífera vida pública.
Francia tiene los ojos de tantos encima. Por su capacidad, su inteligencia, su valentía. Su figura y sus palabras no pasan inadvertidas. Quienes más la conocen la describen como una mujer “hija” de los espacios que abrió la Constitución del 91 y de las entrañas del movimiento social. Alguien que, con cierta terquedad, ha puesto a una parte del país a pensar en temas alejados del centralismo del poder y ha enriquecido con su mirada, gestos y palabras la escena política nacional.
Hace un tiempo viene hablando de unas propuestas para el país que sintetiza como “mandatos populares”: terminar la guerra, respetar los pactos con los grupos armados y negociar con los que faltan; sembrar economías para la vida, “hay que pensar —ha dicho— “en un sistema productivo que permita articular expresiones de turismo ecológico, de producción agroalimentaria, y yo creo que desde ahí podemos contribuir a frenar de alguna manera la deforestación”; reparación histórica para los pueblos étnicos, que busca enfrentar el racismo estructural y garantizar la diversidad étnica y cultural; luchar contra el patriarcado y establecer la justicia de género. Busca celebrar la diversidad y acabar con las violencias basadas en el género. Según dice, ya no es posible pensarnos como individuos sino “pensarnos con la naturaleza, entre humanos, como una gran familia”.

Francia Márquez está sacudiendo la campaña política por la Presidencia de ese letargo de los temas de siempre, los “lugares comunes” de siempre: “acabar con la corrupción”, “reducir la pobreza” y bla, bla, bla. No sé si votaré por ella para la Presidencia; de lo que sí estoy seguro esque ella está haciendo un gran aporte a la democracia y, por ende, a la construcción de un futuro más diverso y humano.
A lo mejor también en Colombia algún día tengamos que decir que ¡a Francia le debemos tanto
Dias De Radio
Falleció el lunes en la ciudad de Cali, en horas de la madrugada, el creador y promotor de la cadena radial Todelar.
Por aquellos días en los que el mundo había sentenciado de muerte a la radio por la aparición de la televisión, y en Colombia los diarios le habían declarado la guerra por su inmediatez, prohibiéndole, incluso por decreto oficial, que retransmitiera sus noticias, un hombre, Bernardo Tobón de la Roche, apostó por su vida de adolescente, por sus rutinas al frente de un gigantesco aparato que parecía mágico, y compró una emisora perdida, La Voz de Pereira, porque con esa emisora iba a emitir parte de la magia que había recibido. Eran los años de la posguerra, tiempos en blanco y negro que quedaron registrados para siempre en imágenes alrededor de inmensos aparatos de radio.
Tobón de la Roche, nacido en 1919 en Rionegro, Antioquia, era uno de los protagonistas de aquellas imágenes. Las incendiarias arengas de Adolfo Hitler, el comienzo de la Segunda Guerra Mundial, las incidencias más importantes de las copas del mundo de fútbol del 34 y el 38 en Italia y Francia, los Juegos Olímpicos de Berlín en 1936, los discursos de Jorge Eliécer Gaitán, los reportes de los asesinatos de la época y alguna que otra novela hecha de voces los había oído e imaginado por La Voz de Barranquilla o la HJN, dos de las emisoras más emblemáticas de entonces. Sus días de radio, como en la película de Woody Allen, habían sido días de soñar, de comprender, saber y pensar.

Diez años más tarde, cuando Gustavo Rojas Pinilla ya había importado la televisión, con su estela de oscuros presagios, y luego de que su primera emisora hubiera evolucionado hacia RCN, Tobón de la Roche adquirió La Voz de Cali para fundar en el Valle y el occidente la costumbre de la radio, que hasta entonces era un privilegio de Bogotá y Medellín. La Voz de Cali transmitía noticias y música: la caída de Rojas Pinilla, la proclamación de Alberto Lleras Camargo como el gran candidato de la unidad nacional y la firma del Pacto de Benidorm que llevó a la creación del Frente Nacional. Agustín Lara, Miguel Aceves Mejía, Pedro Infante, Lucho Bermúdez y Pacho Galán.
En 1957, Tobón compró los derechos de Radio el Sol y Radio Musical y logró la afiliación de cinco emisoras más. Surgía Todelar (TObón DE LARoche), y con Todelar, parte de la gran historia de la radio en Colombia. A mediados de los años 60, Tobón de la Roche instauró la frecuencia modulada, asesorado por el ingeniero Guillermo Escobar. La red tenía los equipos más modernos del país y había creado algunos de los programas más escuchados. Las vueltas a Colombia, el Mundial de Chile, Pompín, un personaje creado por Gonzalo Ayala; Javier Solís, Nino Bravo, Julio Iglesias o las peleas de Mohamed Alí cuando se llamaba Cassius Clay, la vida de aquellos años era percibida como la contaba Todelar.
Todelar trascendía, tanto en las noticias como en la ficción. Era el Circuito del Pueblo, un pueblo que no tenía el dinero suficiente para comprarse un televisor. Por eso, competía con las series televisivas de la época, El ladrón, Hawai 5-0, Bonanza o Perry Mason, con radionovelas de profundo corte social como El derecho de nacer, o de aventuras, como Kalimán. Ya en los 70, le dio espacio al humor, con programas como La tapa, de Humberto Martínez y Néstor Álvarez Segura; Los chaparrines y El show de Montecristo.
En los 70, Todelar se convirtió en la cadena más importante del país. Para 1977, el número de emisoras ya era de 344. Bernardo Tobón de la Roche era el referente de generaciones y generaciones de periodistas y locutores como Milton Marino Mejía, Joaquín Marino López, Jorge Enrique Pulido, Guillermo Torres Rueda, Alberto Ríos García, Jorge Zuluaga, Lucy Colombia Arias, Rosmira Chica, Hernando Perdomo Ch., Sergio Ramírez García, William Vinasco Ch., Guillermo Alfonso Mejía, Guillermo Díaz Salamanca, Iván Mejía o Hernán Peláez.
